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viernes, 6 de noviembre de 2009

GUANAGUANARE, REALIDAD Y LEYENDA

Por: Raúl H. de Pasquali G. en: Campo Abierto, Acarigua, 3 de Noviembre de 1970
Comienza la historia
Jorge Spira, organizó una expedición con la finalidad de llegar hasta el país de los Omeguas. Partiendo de Coro siguió hasta el gran villorio de Acarigua, la misma ruta que abriera y demarcara cuatro años antes Nicolás Federman, también de los welsares.
Desde el río Acarigua en adelante, caminando siempre por las pestañas del llano y a vista derecha y distancia a una a tres leguas la cordillera, llegó mas allá del Apurí, del Zarare y el Opia, hasta las selvas del alto Guayabero.
Entre los cuatrocientos hombres de la expedición iba Felipe von Huten, quien después de pasar el Amoradore y llegar a un pueblo de indios llamados Aythaima donde se quedaron tres días, escribió en su diario con tinta de sudor y sangre indígena lo siguiente:
El 11 partimos, nos quedamos en el campo.
El 12 septiembre de 1535, encontramos algo de maíz en un pueblo;
Pasamos un gran río llamado Wonnabonarj, donde se nos ahogó un cristiano.
Es así, como comienza la historia escrita de guanaguanare hace cuatrocientos treinta y cinco años.
Del comportamiento poco cristiano y más de diablos que tuvieron las huestes tudescas en sus expediciones, quedaron al menos, trilladas las veredas de tierra adentro para que cabalgando en el corcel de la colonización, la cultura hispana se hermanara hasta lo más remoto de la selva con la cultura indígena.
Guanaguanare se ha dicho siempre que significa: “Lugar de Gaviotas”, los modernos investigadores del dialecto Achaguas dice que significa: “Lugar de cristal de roca”. Ambas traducciones tienen belleza y poesía, pero además, extraordinario contenido para caracterizar la zona.
Lo cierto es, que entre los haberes de algunos fundadores de las ciudades de Tocuyo y de Nueva Segovia de Barquisimeto en la mitad del siglo XVI, tales como Pedro Fernández y Francisco Sánchez Santaolalla dicen: “el haberse encontrado en el descubrimiento de las minas de oro de Bocono y guanaguanare”.
Entre los caudalosos ríos del cohaerí, del temerí, del guanaguanare del Zazaribacoa y los de Varinas, en plena llanura y entre retazos de selvas, las más remotas generaciones de indios levantaros largos terraplenes que parecen serpentinas de tierra sobre el mar de invierno de las sabanas. Construyeron también cerrillos, como grandes papelones de barro repletos de ídolos rotos y de huesos humanos milenarios.
Los indios, punto a punto al tejer el algodón o las fibras de las palmas para sus guayucos y sus hamacas, fueron elaborando el lienzo de la leyenda que decía: “que cuando el Gran Manaure Rey indio huida de la vista de los españoles que habían entrado, se había refugiado en las tierras más remotas entre los mayores ríos y su pueblo bastante generoso le construía todas las tardes un montículo igual por trono y cada mañana caminos de empalme”.
Los españoles, con sus sueños de oro y perlas, tejieron aun más el lienzo de la leyenda, al final de los caminos de indios –decían ellos- “hay una gran laguna de guarda todos los tesoros del mas rico cacique de la india”.
La obra de los indios existe, desafiando el tiempo y saber de los arqueólogos, los Guamonteyes le llamaron CARANACA.
FUNDACION DE LA CIUDAD
Juan Fernández de León, nativo de Portugal, recubierto de hazañas y de haberes en la tierra nuevecita que sintiera como suya, la que defendió contra los corsarios en Borburata y recorrió hasta el Unare. Juan Fernández de León, el que ayudo a la conquista y poblamiento el valle de Caracas, el que fuera después regidor del Cabildo de la ciudad de Santiago, recibió orden y comisión del Gobernador Osorio para la conquista, colonización y poblamiento de las provincias de Guanaguanare cerrillos y laguna de Caravaca. Juan Fernández de León no obtuvo un pergamino más de capitán, sino que, se inscribió en la historia y para siempre como fundador de la hoy culta ciudad de Guanare.
Salió de Caracas acompañado de Portugueses, Canarios, extremeños, Andaluces y Castellanos, además de los que se agregaron en el camino al pasar por Nueva Valencia del Rey, Nueva Segovia de Barquisimeto y el Tocuyo al “tocar de la caxa y el pregón, para juntar la gente necesaria”
Aquel puñado de hombres llevaba consigo, ganado mayor y menor, herramientas y aves: gallos y gallinas. Cerdos y cabras. Abastecimiento personal y suficiente para no pillar como los welzares las cosechas y graneros de los caseríos aborígenes.
En fin, el 3 de noviembre del año 1591,: “en una airosa desviada del monta, sobre una barranca alta, donde bate el río (Guanaguanare) que tiene de bajada algo áspera, dos tiros de piedra”, se talaron los árboles y se hizo la primera rosa hispana donde germinaron bohíos estilizados como híbridos retoños del maíz y el trigo con nombres propios: la Iglesia, el Cabildo, las Casas Reales, la del cuadrangular de la plaza mayor y el de las derechas calles.
En el segundo año de la fundación de la ciudad, se habían desvanecido las esperanzas de encontrar oro en el Ganaguanare y riquezas en la laguna de Caravaca y Juan Fernández de León, roble humano, fiel servidor a su Rey, escribano, quien supo utilizar igual pluma y espada, cerraba el libro de su vida.
LA PORTUGUESA
Guanare es realidad y leyenda, nadie sabe cuando ni como se ahogó ene. Temerí una Joven portuguesa. Yo solo se, que en el bautizo de la nueva ciudad del Espíritu Santo del valle del San Juan de la provincia de Guanaguanare, al pie de la cruz de madera que ese día se colocara en la plaza, de rodillas hombres y mujeres debieron rezar por el alma de la joven compañera que faltara.
Cuando se recorría la tierra para buscar el sitio para fundar la nueva ciudad, en un recodo del temerí donde la cinta del agua se contornea coqueta sobre sí misma se quedo para siempre la doncella.
De noche, cuando el río es toda luna y plata, en blanca figura la han visto caminar por él recogiendo luceros que se dejan caer del cielo parar adornarla.
Río de la portuguesa, hace centurias el temerí se llama.