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miércoles, 17 de septiembre de 2008

MADERA PRECIOSA

Madera Preciosa

Las crisis económicas son como los terremotos. Conocemos las zonas sísmicas, el curso de las fallas geológicas, la intensidad de sismos anteriores, las medidas de precaución, pero sus consecuencias son impredecibles. Así como nuestro planeta está en constante movimiento, el capitalismo también se reacomoda, hasta que un mal día, un fuerte sacudón estremece sus cimientos tal como sucedió a mediados de 1929 cuando, a punto de culminar una década de prosperidad en los negocios, de consolidación del liderazgo indiscutible de los Estados Unidos en el contexto del capitalismo mundial, estalla una crisis económica cuyo epicentro fue la bolsa de valores de Nueva York y sumió al mundo capitalista en el hambre, la miseria y la violencia.

La onda expansiva de la crisis que se extendió por las naciones periféricas, coincide en Venezuela con la caída del modelo agroexportador desplazado por el negocio petrolero. En 1930, las exportaciones de café y cacao sufrieron una caída dramática convirtiéndose aquel año en fatídico para la agricultura ya bastante golpeada desde 1926, cuando las exportaciones petroleras superaron las tradicionales exportaciones de productos agropecuarios. La contradicción entre la riqueza derivada de la renta petrolera y la ruina de los productores del campo se agudiza, en una nación donde el sector primario de la agricultura, ganadería, silvicultura, caza y pesca, ocupaba al 98,5% de la población económicamente activa.

Mientras la producción agropecuaria nacional sucumbía, el gobierno gomecista amparado en la riqueza petrolera, ese mismo año de 1930, decretó la cancelación de, más de 23 millones de bolívares por concepto de deuda externa y comenzó a inyectar recursos para favorecer a los grandes terratenientes, base política de la dictadura. El traslado de fondos al Banco Mercantil y Agrícola (1933); los subsidios a los agricultores de café y cacao (1934); el subsidio de ayuda a la agricultura y la cría (1935) y las primas de exportación (1936), complementaron el proceso de fortalecimiento del sector latifundista, iniciado en 1928 con la creación del Banco Agrícola y Pecuario y el tímido intento de sustituir las importaciones de arroz con el Plan de Fomento de Cultivo de Arroz de 1931.

En las zonas del país, donde no llegaban subsidios ni primas de exportación, los pequeños productores de caña de azúcar, papelón, maíz, aguardiente, cueros, leguminosas y variedad de los denominados frutos menores sufría, estoicamente, la caída vertiginosa de los precios y las restricciones del mercado interno consumidor. Ahogados en cuantiosas deudas con el sector comercial, deprimido en consecuencia; atacados por numerosas enfermedades que causaban estragos en las poblaciones, apenas lograban subsistir. Hubo lugares del país que se despoblaron, otros por el contrario se convirtieron en receptores de manos de obra. Ese fue el caso específico del estado Portuguesa, donde el trabajo campesino tenaz, y sin ayuda del Estado, mantuvo firmemente a la producción de café de la zona alta, a la producción de maíz de nuestro llano. Ese mismo trabajo campesino, fue el que se utilizó cuando el gobierno gomecista comenzó a otorgar contratos para la explotación de maderas en los baldíos de la Selva de Turén.

En 1929, el gobierno gomecista, otorgó a dos comerciantes de Caracas, concesionarios para explotar las maderas de ebanistería duras y blandas existentes en una zona de baldíos del Distrito Turén del estado Portuguesa, específicamente, en los municipios Santa Rosalía y Santa Cruz. A estas primeras concesiones siguieron otras en Pimpinela. Villa Bruzual y Nueva Florida, al norte de la Selva de Turén, inmensa zona de baldíos enmarcada entre los ríos Portuguesa, Guache y Cojedes, con una extensión aproximada de 380 mil hectáreas. Inició así el tiempo histórico de las maderas finas en Portuguesa.

LOS CONTRATOS DE EXPLOTACIÓN DE MADERAS

Extraer de la Selva de Turén maderas de ebanistería duras y blandas, de corazón y blancas, viguetas y palmas para techar, se convirtió en un rentable negocio, amparado en una legislación incompleta y el casi ausente control del gobierno gomecista, representado por las autoridades locales. Baldíos, ejidos y propiedades particulares, rindieron el tributo de sus florestas a los comerciantes de la madera. El hacha y la codicia no tuvieron más límite que la disponibilidad de capital para entrar en el negocio maderero, el cual se concentró en la explotación casi exclusiva del cedro y la caoba, maderas de ebanistería de gran valor comercial cuya demanda en el mercado interno consumidor crecía permanentemente en los centros urbanos del país, limitados en su afán importador por la crisis económica que se extendió hasta 1933.

Explotar maderas en terrenos baldíos, requería establecer contratos con el Ejecutivo Federal. Si se trataba de terrenos ejidos, correspondía a los Concejos Municipales o a las Juntas Comunales otorgar los contratos de explotación; en tierras de propiedad particular los propietarios solicitaban una certificación que otorgaban los concejos municipales, donde se hacía constar que en la zona donde se iba a efectuar la explotación no existían impedimentos de ningún tipo. Además de los contratos y certificaciones, para explotar madera en terrenos baldíos, se concedían permisos anuales y accidentales.

CONTRATOS DE EXPLOTACIÓN EN TERRENOS BALDÍOS

Explotar maderas en terrenos baldíos, significaba contratar con el Ejecutivo Federal, a través del Ministerio de Fomento, de acuerdo a lo establecido en el Reglamento para la Explotación de Recursos Naturales y la Ley de Montes y Aguas de 1924. A partir de 1930, correspondió esta responsabilidad al recién creado Ministerio de Salubridad y Agricultura y Cría. En 1931, una nueva Ley de Bosques y Aguas reglamentará las explotaciones madereras. Para 1936, surge el Ministerio de Agricultura y Cría segregado del de Salubridad, correspondiéndole, desde ese año, la responsabilidad de otorgar los contratos y vigilar las explotaciones.
Los contratos de explotación de productos naturales vegetales, eran concedidos a venezolanos, de manera individual o a firmas mercantiles constituidas para tal fin. Tenían una duración de cinco años y no implicaban la concesión de la propiedad de la tierra, sino el usufructo de los productos naturales vegetales existentes en la zona de baldíos concedida. Por esa razón, en una misma zona de baldíos, podían tener derechos de explotación de maderas varios contratistas, cuestión que ocasionó no pocas lides judiciales.

Antes de oficializarse la firma de un contrato de explotación de maderas en tierras baldías y posteriores a la firma, se publicaban en tres oportunidades en la Gaceta Oficial de los Estados Unidos de Venezuela. Entre 1929 y 1938, se localizan en la fuente mencionada, 18 contratos concedidos para explotar maderas en los Distritos Turén y Acarigua (posteriormente Distrito Páez), específicamente en los municipios Santa Rosalía, Santa Cruz, Villa Bruzual, Nueva Florida, Pimpinela y Payara. Los contratistas, en su mayoría provenían de Caracas y Valencia, fenómeno que se observa hasta 1935. A partir de ese año, contratistas locales comienzan a incursionar en el negocio maderero, destacando entre ellos Rafael Ricardo Gil, Estebardo y Arturo Avendaño, Ramón Magual, Manasés Meléndez, Pedro Cordero Gómez, Rafael y Emigdio Lara.

TRASPASOS DE CONTRATOS

Los contratos de explotación de productos naturales vegetales en tierras baldías, permitían el traspaso del mismo a una tercera persona o compañía, previa aprobación del Ejecutivo Federal. Algunos explotadores de maderas actuaron como cesionarios de contratos realizados por otras personas. Se daba el caso también, de contratistas que poseyendo un contrato individual eran cesionarios de otros contratos. El sistema de traspasos tuvo mucho auge debido a diversas razones: evitaba parte de los trámites burocráticos y la necesidad de poseer “contactos” en las altas esferas gubernamentales; permitió la concentración de las explotaciones en pocas manos y produjo beneficios económicos al cobrar por el traspaso.

PERMISOS ANUALES Y ACCIDENTALES

Además de los contratos por cinco años, el Ejecutivo Federal, concedía permisos anuales y accidentes, generalmente solicitados por los mismos contratistas. Entre 1928 y 1937 fueron concedidos 123 de estos permisos para explotar las maderas de los Distritos Turén y Acarigua (Páez). Esta modalidad permitió la participación de madereros locales quienes probablemente no contaban con el capital suficiente para asumir la responsabilidad de un contrato más extenso.

De acuerdo a las Memorias del Ministerio de Agricultura y Cría, la producción de maderas finas con permisos anuales accidentales en el estado Portuguesa, fue, en 1938, de 2.554 metros cúbicos y en 1939 de 4.508,869 metros cúbicos. Si se considera que los datos oficiales no eran muy confiables debido al escaso control del Estado sobre las explotaciones, puede inferirse la magnitud de las explotaciones madereras.


CONTRATOS EN TERRENOS EJIDOS

Cuando se trataba de explotación de maderas en terrenos ejidos, los contratos eran concedidos por los concejos municipales o las juntas comunales bajo las siguientes modalidades: arrendamientos de tierras para explotar maderas; derecho de explotación sin arrendamiento de tierras; ventas de árboles en pie y explotación directa realizada por la mismas municipalidades.

Los costos de esta última modalidad, en ocasiones, eran sufragados por comerciantes particulares, quienes prestaban dinero a interés a los concejos municipales, los cuales garantizaban los mismos con las maderas existentes en zonas determinadas.

Los ejidos del Distrito Turén fueron los que más provecho rindieron a los comerciantes de la madera. En 1929, la Junta Comunal del Municipio Canelones, en un solo contrato, arrendó 12.500 hectáreas para la explotación de maderas diversas. En 1930, esa misma junta, concedió dos derechos de explotación de maderas en los ejidos del municipio. Entre 1936 y 1937, el Concejo Municipal de Turén, vendió 2.200 árboles de cedro y caoba y 200 metros cúbicos de maderas de ebanistería. Esas ventas poco beneficiaban a las municipalidades, el precio por el cual se vendía en 1936 un árbol de caoba era de 12 bolívares, ese mismo árbol podía rendir, aproximadamente, 3,03 metros cúbicos de madera, que se cotizaba en el mercado entre los 250 y 450 bolívares.

EXPLOTACIÓN DE MADERAS EN TIERRAS DE PROPIEDAD PARTICULAR

Las tierras de propiedad particular sufrieron también la intensidad de la explotación maderera. Algunos propietarios, ahogados por las deudas e imposibilitados de liberar sus predios de los gravámenes que pesaban sobre ellos, antes de entregarlos a sus acreedores, se daban a la tarea de explotar los productos vegetales que contenían. Generalmente, estas explotaciones se hacían de manera clandestina y sin controles, aunque pueden localizarse en las Memorias del Ministerio de Salubridad y Agricultura y Cría y, en el Archivo del Concejo Municipal del, para aquel entonces, Distrito Páez, algunas autorizaciones y certificaciones para explotar madera.

De acuerdo a la información obtenida de fuentes documentales y oficiales, entre 1928 y 1939, se explotaron en predios de propiedad particular 45.037 metros cúbicos de maderas de corazón y 9.487 metros cúbicos de maderas blandas, esto sin considerar las explotaciones clandestinas que fueron frecuentes.

LA ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO

“Cuando yo decía que iba a salir para la montaña, se llenaba la casa de punta a punta, parecía que me iba a alzar... La gente me buscaba aquí…” Así se expresaba una fuente testimonial, hombre curtido en esas lides del negocio maderero cuyo auge atrajo, hacia tierras portugueseñas, a trabajadores de Lara, Yaracuy, Falcón, Barinas y otros estados del país. El trabajo de la madera no era fácil y exigía diversas especialidades y destrezas: hacheros, monteadores, desmontadores, piqueros, roleadores, caporales, baquianos, cubicadores, marcadores, chofas y chóferes. Cada hombre, cada grupo de hombres con funciones específicas, se internaba durante meses en la selva, entre el verde oscuro de las hojas de caoba y el particular aroma del cedro para aprovechar el tiempo de sequía y la luna menguante.

El dueño de la madera era el contratista quien se apoyaba, generalmente, en el trabajo del caporal, persona encargada de contratar a los trabajadores y vigilar todo el proceso de trabajo. Muy cerca de la selva se instalaban los campamentos madereros con sus improvisados ranchos para dormir y el rancho de la cocina. El dueño de la madera aportaba los instrumentos de trabajo, utensilios de cocina, materiales para construir los ranchos, insumos para la cocina y dinero para el pago de los salarios. Los trabajadores eran mantenidos, aunque también podían comprar a cuenta algunos alimentos, bebidas y tabaco no incluidos en los gastos de manutención.

“El dueño me decía, me vas a montear tantos palos…, me vas a montear 200 de caoba, 200 de cedro, 100 de apamate...” Ese era el trabajo del monteador, seleccionar los árboles a talar de acuerdo a las exigencias del dueño de la explotación. Una vez localizados los árboles, se marcaban haciéndole una muesca en la corteza y se les colocaba, con pintura, un número de acuerdo a la clase de madera. La duración de esta parte del trabajo dependía de la disposición de los árboles que aparecían dispersos y combinados, aunque, en ocasiones, se corría la suerte de localizar “manchas de madera”, es decir, cantidades de árboles de la misma especie en una zona.

Una vez marcados los árboles, las tareas de desmontar, talar, desramar, rolear y cubicar, alistaban el producto para que las inmensas rolas fueran cargadas en los camiones que las conducían a los centros de consumo. Generalmente, los árboles eran talados con hachas, aunque en ocasiones utilizaban el desraigamiento del árbol. Hacheros eran denominados los hombres que se encargaban de esta actividad; trabajaban por tareas con un rendimiento promedio de diez árboles talados por día y por hombre, lo que da una idea de la intensidad de un trabajo sumamente duro y peligroso, pues requería, además de fuerza, la suficiente destreza para conocer a profundidad de las muescas y hacia dónde tenía que caer el árbol.

Los árboles talados eran desramados y seccionados para facilitar el traslado del producto. Los trabajadores encargados de esta actividad eran llamados roleadores, trabajaban al igual que los hacheros, por tareas, y cobraban de acuerdo al número de rolas. Esas rolas se colocaban en un lugar denominado patio de rolas, hasta donde llegaban los camiones que trasladaban el producto. Este patio se ubicaba en un lugar de fácil acceso y allí mismo se cubicaban las rolas. Posteriormente, en los aserraderos, luego del desconche de la rolas, volvían a cubicar, esa era la cubicación comercial que, según una fuente testimonial, reducía unos ocho o nueve mil metros cúbicos.

Si se consideran las características del trabajo; la inversión inicial; los riesgos de tareas realizadas en espacios peligrosos para la salud y la vida misma; los trámites burocráticos; la pérdida en la cubación comercial; los gastos de acarreo y transporte; el despilfarro del producto debido a las exigencias de excelente calidad; las pérdidas ocasionadas por la entrada de las lluvias sin haber podido sacar de la selva toda la madera talada y la explotación selectiva, se obtiene una aproximación de la rentabilidad del negocio de las maderas finas.

LOS ASERRADEROS

Inicialmente, la madera convertida en rolas salía de las zonas de explotación hacia los centros de comercialización de Caracas y Valencia, eran escasos los aserraderos locales. En 1931 se localizan siete aserraderos en los Distritos ubicados cerca de las zonas de explotación. Así tenemos que en el Distrito Acarigua, estaban el de Benjamín Barrios y Sucesores (Acarigua) y el de la firma mercantil Herrada, Barrios y Cordero (Payara). En el Distrito Turén, los aserraderos de Vizcaya y Orsini (Villa Bruzual) y Estebardo Avendaño (Canelones). En el Distrito Esteller, el de Antonio Valera (Maporal) y en el Distrito Araure, el de los Hermanos Gil (Agua Blanca). Estos aserraderos muy rudimentarios no cubrían la demanda del servicio, lo que obligaba a vender la madera en rolas, en el mismo lugar de explotación donde llegaban los camiones que trasladaban el producto hasta los aserraderos industriales del centro del país.

A partir de 1935, comenzó el auge de los aserraderos industriales en Portuguesa y esto hizo aún más rentable la comercialización debido a la diferencia de precios entre la madera en rolas y la madera convertida en tablas, tablones y forros. Una aproximación a los precios de la época sirve para ilustrar la diferencia. La madera en rolas se cotizaba entre los 5 y 30 bolívares el metro cúbico, de acuerdo a la accesibilidad del producto; mientras que la madera aserrada se vendía entre 350 y 450 bolívares el metro cúbico, razón por la cual resultaba bastante rentable la instalación de aserraderos.

MADERA PRECIOSA, MADERA OLOROSA

La explotación de las maderas finas de la Selva de Turén del estado Portuguesa, entre 1929 y 1939 tuvo una gran importancia económica y social; constituyó una gran ayuda para la agricultura y la cría pues “... con un centenar de palos se puede comprar un arado y una bomba de agua” (Manuel González Vale, 1941). Alivió la situación económica de algunos propietarios de tierras que vendían los árboles de maderas finas o los explotaban directamente “…aunque no pocos criadores se comprometieron en ruinosas operaciones al entrar en el comercio de sus florestas” (Cipriano Heredia Angulo, 1987).

El ansia de explotación abrió caminos hacia lugares inexplorados y se construyeron vías y puentes para la salida del producto: “…se tendieron puentes sobre el Cojedes, sobre el Cajarito, sobre el Masparro, sobre el Marías, sobre zanjones y lagunas. Imponentes tractores fueron abriendo carreteras sin más trabajo previo que un baquiano que servía de rumbero hasta el pie de los árboles (Gustavo Santander, 1947).

El capital madera, produjo rentas a las autoridades municipales, sirvió como garantía para préstamos en dinero y se acumuló, para reproducirse, en manos de los llamados “madereros”, dueños de las maderas y aserraderos quienes llegaron a constituir un grupo social con notable influencia en la vida económica, social y política.
“... la explotación de todo lo que sea madera en Portuguesa se ha convertido en algo más que una actividad comercial, en algo más que un negocio de audaces: ya es una operación de aventureros que a todo y a todos los sentimientos sociales y políticos y humanos, trafican con la desolación de lo que ayer fuera una preciosa riqueza forestal…” (Gustavo Santander, 1947).

La explotación, industrialización y comercialización de las maderas finas atrajo a trabajadores de los estados vecinos e influyó en el crecimiento demográfico de un estado donde “…la población es muy escasa y algunos hacendados durante la recolección del café, importan trabajadores del estado Lara”. (Ministerio de Salubridad y Agricultura y Cría, 1931). El Censo Industrial y Comercial de Empresas que prestan servicio en el estado Portuguesa de 1936, registra 18 industrias de la madera con un capital social que representaba el 70,24% del monto total del capital social de las industrias existentes en el estado. Los aserraderos ocupaban el primer lugar en volumen de ventas, número de empleados y obreros, aunque, en sueldos y salarios estaban en tercer lugar.

La saga de la madera preciosa, madera olorosa, no ha culminado, cientos de camiones cargados de inmensas rolas surcan en tiempo de sequía nuestras carreteras. Los aserraderos industriales lucen sus patios llenos, hay nuevos y viejos, algunos han desaparecido para abrir paso a los inmensos edificios y conjuntos residenciales. La memoria del tiempo histórico de las maderas finas aún está fresca como para recordarnos, con testimonios, la inmensa riqueza forestal de nuestra tierra.